La universidad que hoy conocemos surgió en Bolonia, en el siglo XI, como faro del saber, como foro de debate en pos de una verdad más aquilatada. Pero su única meta no es, ni fue en un principio, la mera transmisión de conocimientos. Por algo se acuñó el concepto de alma mater, en el sentido de madre que nutre, que transforma al hombre por obra de la ciencia y del saber. Su objetivo ha de ser, por tanto, el crecimiento interior e integral de los discípulos bajo la dirección de sus maestros. Como afirmaba el programa de la Institución Libre de Enseñanza, a finales del XIX, la educación debe facilitar una formación profesional, preparar científicos, literatos, abogados, médicos, ingenieros..."pero sobre eso, y antes que todo eso, hombres, personas capaces de concebir un ideal, de gobernar con sustantividad su propia vida y de producirla mediante el armonioso consorcio de todas sus facultades"1.
La verdadera función social de la vieja universitas es ser motor del cambio. Generar personas capaces de transformar la realidad en la que viven, de sobreponerse a la fatalidad, de arrojar, en definitiva, un rayo de luz sobre la incertidumbre que les rodea. Y para ello, no basta con saberse de memoria la lista de los reyes godos, o cantar como un papagayo los artículos del Código Civil. Hemos de ser esa minoría creativa, ese fermento de la masa que, sin renunciar a sus valores, trabaje por reconstruir un mundo en ruinas. Una sociedad fundada en el verdadero Humanismo, con mayúsculas, que coloque a la persona en el centro. Que no repita los errores del pasado. Que no trate de resolver los problemas actuales aplicando recetas fracasadas…
Esta tarea requerirá la aportación de todos, sin distinción de ningún tipo. Pues del debate de hoy nacerán las soluciones del mañana. Ahora bien, para que sea un debate fecundo, han de observarse los principios básicos para el dia-logos establecidos por Karl Popper. Son esencialmente tres: El principio de falibilidad (puedo estar equivocado), el de diálogo racional (a través de discusiones críticas impersonales), y el de acercamiento a la verdad con ayuda del debate (alcanzando juntos una verdad más perfecta)2. En dos palabras, humildad y tolerancia.
Ése es, a mi juicio, el gran valor de la universidad: posibilitar el encuentro respetuoso entre personas de todas las ideologías, creencias y religiones. Esa diversidad nos exige abrirnos a las ideas del otro, para construir juntos una sociedad más justa.
El cambio no vendrá solo. Si queremos tener un futuro mejor, hemos de conquistarlo juntos, abandonando los sectarismos ideológicos y luchando por un proyecto común.
En definitiva, universidad significa nosotros.
(1)http://personal.us.es/alporu/historia/universitas_termino.htm